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            Además se tienen hallazgos que indican que un adolescente que ha sido víctima de ciberviolen-
            cia es posible que se convierta en un intimidador (Den Hamer y Konijn, 2016). Y se sabe que los
            adolescentes con fuerte desvinculación moral son más propensos a realizar acoso cibernético
            (Wang et al., 2016). También se han hecho intentos por saber si existe una relación con el acoso
            escolar y el ciberacoso y se ha identificado la correlación con el desempeño académico (Baldry
            et al., 2016; Ortega y González, 2016). Finalmente, existe investigaciones que registran y evi-
            dencia los efectos que sufren los espectadores del ciberacoso (Erreygers, Pabian, Vandebosch
            y Baillien, 2016; Graeff, 2014; Smith et al., 2012; Pabian, Vandebosch, Poels, Van Cleemput y
            Bastiaensens, 2016; Schacter et al., 2016).

            LA CIBERVIOLENCIA
            Definir el acoso cibernético es complejo, ya que los niveles de intimidación son diferentes. Aquí
            el intermediario principal es la tecnología que se emplea para acosar, la cual cambia conforme
            avanzan los medios informáticos. Se sabe que los factores psicológicos que influyen en el com-
            portamiento de un cibermatón son diversos y que las agresiones pueden ser graves, debido a
            que el matón sabe que tiene pocas oportunidades de ser atrapado (Heller, 2015). Al respecto, La-
            rrañaga et al. (2016) y Smith (2015) señalan que el acoso cibernético es un acto agresivo plagado
            de intenciones negativas que se pueden medir por su frecuencia. Es una agresión social, emplea
            mensajes hirientes en redes sociales, mensajes de texto que acosan a la víctima y la difusión de
            imágenes que provocan incomodidad. También se ha señalado que el acoso cibernético son ata-
            ques, amenazas, denigraciones, tales como las humillaciones, el insultar mediante peleas que se
            presentan en línea, la exclusión, la sustitución de la identidad de una persona para enviar material
            y para hacer daño a alguien y el intercambio de información de situaciones penosas de una per-    Docencia e investigación, mecanismos de reflexión y cambio en Latinoamérica
            sona que puede incluir imágenes y la distribución de algún tipo de material de alguna persona sin
            su consentimiento. En el ciberacoso se presenta una frecuente repetición de las agresiones; y otra
            situación también presente es el completo uso desequilibrado del poder, ya que, a diferencia del
            acoso tradicional, donde existe una cara del agresor, en cambio, en el fenómeno del ciberacoso, la
            identidad está oculta: el anonimato ofrece una ventaja al agresor (la invisibilidad) sobre la víctima.


            El ciberacoso hace uso de diferentes tecnologías, por ejemplo, los celulares y las computadoras,
            así como existen diferentes lugares en donde los cibermatones puedan ejecutar sus acciones da-
            ñinas: las salas de chat, las redes sociales e incluso por medio de mensajes (Burton et al., 2013).
            Como se dijo, el cyberbullying cambia de forma constante, ya que las tecnologías se actualizan de
            forma vertiginosa, por lo que las redes sociales de igual forma desarrollan innovaciones que coad-
            yuvan a mantener a mayor cantidad de personas conectadas (Smith, 2015).

            El ciberacoso es consecuencia de diversos comportamientos antisociales; detecta que la comu-
            nicación en línea es una potente herramienta que permite atacar con frecuencia. De tal forma que
            los perpetradores de esta acción pasan a convertirse en lo que aquí denominamos cibermatones.
            Por lo que es importante estudiar variables relacionadas con la desvinculación moral, la empatía y
            la autoestima (Sticca, Ruggieri, Alsaker y Perren, 2013). En el ciberacoso, la ira es una emoción que
            toma relevancia, ya que es considerada una emoción que en todo momento prevalece tanto por
            parte de las víctimas y como de los agresores (Lonigro et al., 2015).




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