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REDES 02
LA ESCUELA Y LA CIBERVIOLENCIA
En diversas ocasiones, la conducta violenta ocurre en la escuela y a veces se lleva a cabo con el equipo
de cómputo escolar. Todo puede comenzar como una broma, pero cuando sube el nivel de las agre-
siones, el comportamiento se vuelve inexplicable para los adultos y no llegan a comprender el daño po-
tencial que se puede alcanzar. Además, es más difícil para los profesores y personal detectar este tipo
de intimidación, ya que no responde a las formas tradicionales de agresión cara a cara. Aunado a que
las escuelas no saben cómo investigar este tipo de casos, no se tiene ni la experiencia ni los recursos
informáticos. Los directivos de las escuelas tienen el desafío de responder y ofrecer protocolos de inter-
vención frente a los problemas de intimidación cibernética. En la mayoría de los casos, los adolescentes
reconocen que la escuela no cuenta con políticas que aborden el problema del ciberacoso. En igual
medida, los directivos y profesores no saben las formas de cómo se puede responder a las solicitudes
de ayuda y las intervenciones que se pueden aplicar. Sin embargo, lo más complicado de todo esto es
Docencia e investigación, mecanismos de reflexión y cambio en Latinoamérica
que los directivos en ocasiones no desean involucrarse en este tipo de situaciones. Incluso los jóvenes
estudiantes tienen la creencia de que la escuela no cuenta con políticas de confidencialidad que pro-
tejan a la víctima en caso de que esta inicie su proceso de denuncia, aunado a que el agresor puede
intensificar las manifestaciones al detectar estos puntos vulnerables (Hoff y Mitchell, 2009).
Las escuelas reconocen su fragilidad ante este fenómeno. El anonimato de los agresores y su
habilidad en el uso de la tecnología provocan que las instituciones no puedan focalizar a los
denominados cibermatones. Igualmente, se tiene poca información de las formas con las que
pueden elaborar y proponer una legislación adecuada para cuidar a sus estudiantes del acoso
cibernético, ya que se ha detectado escasa presencia de políticas y de códigos de conducta
de los estudiantes orientados a prevenir la ciberviolencia (Smith et al., 2012). El ciberacoso es un
problema presente en las instituciones de educación y las consecuencias son complicadas: ataca
a la salud mental, lo que puede orillar a los jóvenes a consumir sustancias adictivas; asimismo, la
población en cuestión es vulnerable y puede ser atacada por depredadores sexuales. Goebert, Else,
Matsu, Chung-Do y Chang (2011) concuerdan en que la realidad es aplastante, ya que las escuelas
y sus actores no están capacitados para trabajar este tema con los jóvenes y la escasa información
que limita el apoyo emocional que se puede proporcionar provoca que los adolescentes tomen
conductas autodestructivas con la intención de escapar de las situaciones que están viviendo. Los
códigos de conducta en las escuelas no han sido actualizados haciendo uso de la terminología ci-
bernética. Smith et al. (2012) instan a tener una ley que permita castigar a los agresores. Además, es
necesario medir y reflexionar sobre el impacto emocional que genera la ciberviolencia que se produ-
ce entre iguales y los procesos de recuperación después de sucedida la agresión, por lo que también
se requiere un protocolo de intervenciones que permitan establecer mecanismos de defensa que
enseñen a moderar las emociones consecuentes de las agresiones cibernéticas, y así amortiguar los
sentimientos que se dan como resultados de las agresiones (Gianesini y Brighi, 2015).
Así, pues, estudiar el fenómeno de la ciberviolencia en adolescentes estudiantes surge de la inquie-
tud de analizar y reflexionar sobre las variables que envuelven a las manifestaciones de violencia que
son invisibles, que no tienen rostro y que usan el anonimato como mecanismo de intimidación para
hacer daño a la víctima, que hacen uso de medios electrónicos para intimidar, agredir, suplantar,
engañar, burlarse, humillar, manifestando su escasa intolerancia, envidia y mostrando una enorme
capacidad de acosar sexualmente por medio del intercambio de imágenes ofensivas relacionadas
con algún tipo de situación sexual, además de reflejar el odio hacia personas con discapacidad,
orientación sexual, religión, etnia e incluso por cuestiones de género (Hoff y Mitchell, 2009).
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